- Home
- Comunicación
- Crónicas
- Cronistas
- Cultura
- Editorial_RM
- México para el Mundo
- Paisajes Mexicanos
- YA SON 39 AÑOS DESDE AQUELLA TERRIBLE MAÑANA.
YA SON 39 AÑOS DESDE AQUELLA TERRIBLE MAÑANA.
Por Leopoldo Mendívil López
Te envío algunos recuerdos de los días pasados en el edificio Nuevo León de Tlatelolco
**Para Chucho, para Fernando, para los niños Piñón, para las muchachas costureras de Palma y Paraguay para tantos y tantos que ahí quedaron y que nos siguen doliendo.
Que este 19 de septiembre te surjan vivencias como las que te envío. Es día de recuerdo, de agradecimiento por la vida y de dolor por los que la perdieron.*
*
Muchos fuimos testigos: víctimas, voluntarios, dolientes del terremoto de 1985. Quiero comunicarte algo de lo que se mantiene en mi recuerdo, de trozos dolidos que aún tengo dentro.
ALGUNOS RECUERDOS
1º. La muerte que llegó a tantos, a tantos nos hizo valorar más a la vida: Son inolvidables los aplausos, los gritos de júbilo cuando salía (sacaban) a alguien vivo de entre los escombros. Lo curioso es que varios de los salvados repetían: Gracias, gracias, discúlpenme, discúlpenme. Como si fuesen culpables de algo.
2º. La solidaridad no llegó a todos. Alguien inventó que fuimos una ciudad hermanada. Mi recuerdo es otro. Es cierto mucha gente ayudando en lo que fuera necesaria; una mayoría, quizá asustada y muchos en su triste egoísmo de todos los días prefirió seguir su vida normal y, no sé cuántos, se dedicaron a saquear, a sacar lo que pudieron. Recuerdo el departamento de un amigo en Tlatelolco, que simplemente estaba vacío: los solidarios de Tepito habían llegado antes.
3º. Nadie tan sólo como los que perdieron todo. A pesar de tantas gentes que por ahí andábamos ayudando, quienes iban en busca de sus muertos y de lo poco que había quedado estaban ahí, sentados, en soledad, esperando. Inmóviles, cansados, incrédulos. Se encerraban en sí mismos, se apiñaban con sus familiares. Estaban sin nadie, sin sus muertos, sin sus cosas. Nuestras sonrisas y palabras les abrían más grande la ausencia.
4º. Las horas se volvían eternas. Yo, por ejemplo, estaba en el Nuevo León ayudando a reconocer a los que “salían” para avisar a los familiares, para impedir que se fueran a la fosa común. Eran horas y horas vacías. Las máquinas quitaban un pedazo de loza; los voluntarios subían a limpiar el cascajo y comenzaban a bajar a sus muertos. Mientras tanto no se hablaba, no se pensaba, estábamos ahí contemplando, vacíos.
5º. La ciudad se nos moría. Muchas de las calles, las mías: las del centro, vacías. Algún comercio abierto; alguna gente caminando. Ciudad silente. Se les había escapado el alma. Sus habitantes, sin ganas de moverse, de hablar, de acercarse al otro. A las calles llegaron los muertos. Se apoderaron de ellas. Las voces del gobierno que minimizaban muertos y culpas propias mentían. La voz del cercano que platicaba nuevas tragedias era la verdadera. Ciudad incrédula, rota, aislada.
6º. Por el dolor se dieron venganzas, abusos. Inolvidables los damnificados del Nuevo León gritando en una de tantas reuniones: ¡Teléfono, teléfono!, ¡Muebles, muebles! ¡Heridos, heridos! Sí gritos repetidos, vozarrones, coraje para exigir que el gobierno pagara más por los muebles, por los heridos y asegurara a cada quien un teléfono. En algunas familias la abuela despojó a los nietos; el esposo con la amante, a la esposa. El dolor a veces ayuda a ser mejor; a veces saca aquello que ni siquiera en una pesadilla nos atrevemos a hacer. Eso aprendí ahí, en un auditorio de Tlatelolco.
7º. Por el dolor se da el cariño, la ternura, el quitarse lo propio para estar con el otro. Éramos voluntarios y damnificados una familia. Nos identificábamos por la tragedia: es la mamá de los del piso cuatro, que todavía no han salido; soy el del banco, no sé ni a dónde ir, perdí a toda la familia o bien, llegaba una pareja de personas mayores: nos dijeron que todavía sale gente viva, por favor avísenos nuestro hijo y su esposa son del 303. Surgían las respuestas: una mirada de apoyo, un tómese un cafecito; no se preocupe váyase si sale alguien de ese piso yo le aviso; o un si quiere irse a mi casa mientras tanto, ahí tengo donde recibirlo. Y dentro, muy dentro atorado el grito, el lamento por el dolor sin causa, imprevisto, absurdo.
7º. El panorama de mi querida ciudad se volvió basura, polvo, mal olor, desperdicio. Varillas retorcidas, bardas, paredes y techos revueltos – como hechos bola – – Quien construye ordena a la materia, la hace amiga, la obliga a conjuntarse. Con el terremoto la obra se vuelve peor que caos; la casa, el cobijo, aplastan, matan. En cada centímetro cuadrado lo cuidado, lo comprado a través de los años convertido en desperdicio, en basura. La materia se vuelve dispersión, conflicto, confusión Nuestras almas están hechas para gustar del orden: de las líneas bien definidas. El panorama que entraba por los ojos nos lo negaba. Estábamos vivos pero rodeados de una geometría vuelta loca furiosa convertida en nuestra enemiga.
8º. El Nuevo León, el Super Leche, Xola y Castilla, el Juárez, el General fueron nombres de. una nueva geografía-Lugares pestilentes, de cansancio. En ellos el sol, la llovizna, la oscuridad nocturna no contaban; todo estaba cubierto por una sombra gris de dolor, de hastío, de ya no más. Geografía de tristezas, de soledades, de estruendo de la materia removida y de sollozo ronco como el que me salió cuando encontré un libro de texto con sangre en que pude leer en su rota portada Cristian 4º. B.
En este 2024 Los recién nacidos que salieron vivos del hospital son hombres, mujeres de casi cuarenta años; mismos que tendría el pequeñito al que encontramos en un huequito del edificio derrumbado.
Hoy reaparecen nuestros muertos, los voluntarios, los que perdieron casa, muebles, seguridad, todo; los soldados y demás que robaron; los de las parroquias que nos llevaban de comer, Plácido Domingo y su permanencia; los de izquierda, hoy en el gobierno, que no levantaron una mano para ayudar, pero si comenzaron su carrera política exigiendo vivienda popular y, sobre todo, vuelve la Ciudad, mi ciudad que de casa se volvió desolación y que se andaba muriendo junto con nosotros.
Leopoldo Mendívil López, autor de los best-sellers Secreto Azteca, Secreto Vaticano, Secreto Maximiliano, Secreto 1910, Secreto 1929, Secreto Biblia, Secreto Pemex.
Jaziel
Etiquetas
Frases Renacentistas
“La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces”
- Octavio PazDiseñar es fluir en la creatividad del universo, para obrar según la circunstancia y necesidad del exacto momento.
- Rorka