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Secreto Irán: Un “monstruo” creado por los Estados Unidos
COLUMNA de Leopoldo Mendívil López, autor de Secreto Azteca, Secreto Vaticano, Secreto Maximiliano, Secreto 1910, Secreto 1929, Secreto Biblia, Secreto Pemex
El mayor enemigo actual de Israel, que lo bombardeó este sábado y que hoy tiene al mundo en vilo, Irán, es producto de tres golpes de estado apoyados por los Estados Unidos. Sí. Estados Unidos creó a uno de sus peores enemigos –y de Israel.
¿Cómo puede ser esto posible? Aquí la asombrosa historia -y como diría el gran pensador Eliezer Wiesel: «El mejor escudo para el futuro es recordar el pasado».
¿Qué es lo que ocurrió? Irán es un caso gemelo de lo que pasó en Cuba. Cuba -la revolución que colocó en el poder a Fidel Castro y convirtió a la isla en un “montruo comunista” enemigo del “Occidente”- fue también un golpe apoyado por los Estados Unidos –aunque usted no lo crea.
Simplemente, en los dos casos, se les “salió del control”: en Cuba en 1959 y en Irán en 1979. En ambas ocasiones, con historias que rayan en la tragedia y en la comedia, con funcionarios del más alto nivel en los Estados Unidos interviniendo para cometer errores catastróficos, y, por jugar al ajedrez mundial y al «Laboratorio», engendraron a regímenes que asustarían al propio Víctor Frankenstein cuando produjo en su laboratorio al conocido monstruo que después lo atormentó de por vida.
El caso de Cuba se analizará en una próxima columna; así que por ahora hablemos del caso de Irán.
¿En qué momento Irán pasó de haber sido el máximo protector de Israel -tal vez su máximo protector de toda la historia, cuando fue el Imperio Persa- a convertirse en su peor enemigo? La fecha es: 1979.
Antes de esa fecha, todo era básicamente amistad –para con Israel y para con los Estados Unidos.
Tanto fue así que un enigmático discurso del presidente Jimmy Carter, pronunciado el mismísimo día de Año Nuevo de 1977-78, llamado «la Isla de la estabilidad», afirmaba que Irán era un reinado de tranquilidad en medio de la tempestad que eran las demás naciones del Medio Oriente.
Qué mal estaba Carter al decir eso, en vista de lo que se aproximaba y que estallaría sólo un año más tarde -hay quienes sostienen que su discurso de esa noche fue en realidad un engaño para despistar al monarca al que pronto se le iba a patear el trasero: el Shah -o «rey»- Mohammad Reza Pahlavi.
¿Qué pasó en 1979?
Una revolución (semejante a la de Cuba de 1959). Los iraníes se rebelaron en forma masiva contra el «Shah” -aquí cabe hacer notar la importancia de esa palabra: «Shah». Ese nominativo es de lo más antiguo que se puede imaginar: lo utilizaban los más remotos reyes de la ancestral Persia.
Persia es Irán, que significa «el lugar de los arios». Los persas o iranios se consideran a sí mismos «arios». En persa antiguo, la palabra «ario» está relacionada con lo «brillante».
Pues resulta que al señor Mohammad Reza Pahlavi –quien heredó el “Trono del Pavo Real” de su padre en el primer golpe auspiciado por los Estados Unidos, en 1941-, le enorgullecía el pasado persa de Irán, a grado tal que organizó el festejo del “2,500 aniversario” del Imperio Persa –aunque la conmemoración estaba errada por cincuenta años.
El Shah Pahlavi realmente se sentía continuador de Ciro el Grande y de Darío y Jerjes –el que mató a Leónidas y a sus “300” en las Termópilas-. Sólo para darnos una idea: en las ceremonias de estado le decían a Pahlavi “Shahanhah”, es decir, Rey de Reyes, título imperial que usó la familia aqueménida de Ciro hace miles de años; seguido por los títulos imperiales “Aryamehr”, “Luz de los Arios” y “Emperador del Universo”.
Pero este amor al pasado aqueménida de Pahlavi cayó mal a los islámicos, pues para los musulmanes, Ciro y los demás eran nada menos que unos paganos. El pasado de Irán debía empezar con Mahoma.
Uno de los que más se enojó fue el clérigo musulmán que acabó derrocando al Shah: el Ayatola Ruhollah Jomeini.
El Ayatola Jomeini o “Khomeini” –“Ayatola” significa: “el signo de Alá” y Jomeini es el lugar donde nació- era un imponente hombre de casi ochenta años, siempre envuelto en su imperturbable turbante, y estaba exiliado en París, expulsado por el Shah Pahlavi debido a sus constantes rebeldías contra la “Revolución Blanca” que estaba llevando a cabo el monarca. La “Revolución Blanca” era una especie de modernización tecnológica, libertad de cultos, progresión financiera y reparto de tierras.
Para fines prácticos podríamos pensar en el Shah Pahlavi como una mezcla de Benito Juárez, Porfirio Díaz, Carlos Salinas y Fulgencio Batista –salvo por vivir en un palacio imperial con miles de candelabros-; y al Ayatola Jomeini como un tipo de Fidel Castro, combinado con el Cura Hidalgo y Morelos.
La “Revolución Blanca” enfadó principalemente a dos segmentos: el clero islámico y los terratenientes, pues el Shah les compró tierras a los hacendados y las vendió baratas a los pobres, devaluando las propiedades de los “lords” o “amlak”. Ellos acudieron al aguerrido Ayatola, que era un conservador en toda la dimensión de la palabra. Le molestaba que el Shah permitiera que los jueces pudieran ser personas no islámicas, como por ejemplo judíos y cristianos. Para él era también inadmisible que una mujer tuviera tal puesto.
Le molestó tanto la reforma agraria que vociferó ante los iraníes que el plebiscito para aprobarla era un “Proyecto Anti-Dios”.
El Shah ya no sabía qué hacer con el rebelde hombre de fe que lo atacaba por todo, y acabó por expulsarlo en 1964. Pero ¿qué demonios estaba haciendo Jomeini en París justo antes del fatídico enero de 1979, poco antes de regresar para derrocar al Shah Pahlavi?
Antes de entrar a eso, es importante decir algo sobre el Shah. ¿Por qué había llegado al poder? Al igual que su papá -el “gran Reza Shah”-, Pahlavi llegó al poder para servir a los Estados Unidos y a las compañías petroleras británicas y americanas que lucraban con Irán.
Los ingleses se las habían arreglado para desde 1901 apropiarse de la explotación del petróleo iraní, cuando William D’Arcy pactó una consesión con un anterior Shah –Mozafrar Qajar-; y en 1914 cuando Churchill intervino para que el gobierno británico comprara el 51% de la compañía llamada Anglo-Persian Oil Company, mientras hacía lo propio en México al controlar la “Mexican Eagle Oil Company” –ambas eran necesarias para Inglaterra en el esfuerzo militar que les venía encima con la primera guerra mundial.
Al cabo de las décadas, los británicos se llevaban el 83% de las ganancias y a los iraníes se les repartía el restante 17%. Por un tiempo los iranios soportaron la “humillación”, pero cuando vieron que los americanos habían pactado con los dirigentes de Arabia Saudita una repartición de las ganancias 50%-50% -mitad para Arabia, mitad para Estados Unidos-, los iraníes protestaron contra Inglaterra.
Uno de los principales indignados fue quien puedes imaginar: el ayatola Jomeini. Le gritó al padre de Pahlavi que era un vendido y un arrastrado, y que Irán era nada menos que la mayor reserva de petróleo del mundo –actualmente es la tercera-. Ahí comenzó a gestarse la rebelión.
Incluso hubo un “Lázaro Cárdenas” iraní, del cual haremos una columna en estos días, pues merece un capítulo entero: el señor Mossadegh, pero la CIA lo derrocó en 1953 y reimplantó al joven Shah Pahlavi –en dicha columna platicaremos Cómo los Estados Unidos le quitaron Irán a los Ingleses: la creatividad en el espionaje.
El caso es que desde 1953, el joven Shah Reza Pahlavi ya estaba de nuevo en el poder, más fuerte que nunca, apoyado por la CIA, y al servicio de los Estados Unidos. Todo marchaba –o debía marchar bien – no tanto para los ingleses.
Ahora volvamos a 1979, mes de enero, cuando el ayatola Jomeini estaba en París, exiliado. ¿Qué demonios estaba haciendo en París, y por qué Francia tenía como protegido a un enemigo político de un aliado de los Estados Unidos: el revoltoso Ayatola Ruhollah Jomeini?
Un mes atrás, un extraño cable llegó a Washington, el 9 de noviembre de 1978; el cable llamado hoy “Thinking the Unthinkable” –“pensando lo impensable”-, en el cual, el embajador americano en Irán, William Sullivan, informó que la rebelión popular contra el Shah Pahlavi era ya insostenible –al estilo de La Habana en 1959-, y que el gobierno Estadounidense debería comenzar a pactar con el revoltoso Ayatola Jomeini, que se encontraba en París, urdiendo indirectamente los levantamientos.
Habría sido posible que, en aras de mantener el orden, los Estados Unidos apoyaran simplemente al primer ministro, Shapor Bakhtiar –su nombre “Sapor” era también el de un antiguo emperador persa de la dinastía sasánida- para reemplazar al ya “apestado” Shah Pahlevi –al cual ya nadie quería por corrupto y por torturar personas, a semejanza de su clon histórico Batista.
El Ayatola, en París –y esto es algo que apenas recientemente comenzó a salir a la luz- recibió entonces a un visitante misterioso: el consejero político de la Embajada americana: Warren Zimmermann.
El presidente estadounidense Jimmy Carter el 3 de enero juntó en su Oficina Oval de la Casa Blanca a tres personas que decidieron el destino del Shah Pahlevi, el “Emperador del Universo”. La decisión fue que debía largarse y dejar la silla libre para el siguiente.
La noticia se la dio William Sullivan al compungido Shah, el cual ahora debía irse de vacaciones a California.
La silla quedó vacía. Lo que ahora era importante era impedir que los militares iraníes tomaran el control y el país se volviera “incontrolable” para los Estados Unidos. Para esta misión, el presidente Carter envió a un alto nivel del ejército americano: el general Robert E. Huyser, algo mando de la US Air Force y Subcomandante de las fuerzas americanas en Europa.
Huyser se presentó en Teherán –capital de Irán- para contactar a los militares –el servicio de inteligencia iraní, llamado SAVAK había sido prácticamente creado por los Estados Unidos, bajo la supervisión del comandante Schwarkopff-. Les dijo: “Nada de levantamientos ni golpes de estado. Acepten como jefe al Primer Ministro Shapor, al menos por el momento.”
El embajador Sullivan siguió “mensajeándose” con Washington, informando a Carter que nadie le hacía caso a Shapor, y que lo más seguro es que los militares lo iba a acabar derrocando. La situación se volvió más tensa, y el Consejero de Seguridad Nacional del Presidente Carter –el ultra poderoso polaco Zbigniew Brzezinski-, llamó por teléfono al embajador Sullivan para darle indicaciones confusas, y Sullivan, como respuesta, le gritó frente a todo su personal: “Go fuck yourself”, o sea, que se fuera a la “chingada”.
William Sullivan le dijo a Carter que Shapor, aparte de que nadie le obedecía, era “quijotesco” e idealista –lo cual significaba “nacionalista”-, y que no iba seguir los mandatos de los Estados Unidos. Fue entonces cuando se decidió el destino de Shapor, mientras Pahlavi ya iba rumbo a sus vacaciones forzadas.
El 9 de enero del 79, el segundo de a bordo del Consejo de Seguridad Nacional, David Aaron, le dijo al polaco Brzezinski –su jefe-: “Lo mejor que puede resultar, en mi opinión, es un golpe militar contra Shapor, y entonces un pacto entre los militares y el Ayatola Jomeini.”
El presidente Carter leyó lo que Jomeini había dicho a su visitante americano en París el 5 de enero: “No tengan miedo sobre el petróleo. No es cierto que nosotros les privaremos del petróleo iraní a los Estados Unidos. No tengo nada contra los Estados Unidos.”
Los hombres de la CIA, el 11 de enero, le dijeron a Carter en la “Situation Room” o “Cuarto de Guerra”, que confiaban en un “moderado” del equipo del Ayatola, Mohammad Beheshti, quien seguramente sería el que gobernaría en realidad si Jomeini tomara el poder. Acto seguido, el general Huyser fue enviado de nuevo a hablar con los militares iraníes. Les dijo: “Señores: Apoyen a Beheshti”. Significaba irle poniendo la alfombra roja al ayatola Jomeini.
En pocas palabras: ¡fueron los mismos gringos! Ellos pusieron al ayatola Jomeini, el cual pocos meses después hizo secuestrar a todo el personal de la Embajada Americana y llamó a los Estados Unidos “El Gran Satán”, y a Rusia “El Satán Menor”. Pero de momento, los americanos no sabían lo que el Ayatola iba a hacer. Simplemente lo apoyaron igual que diez años atrás apoyaron a Fidel Castro.
El 14 de enero –y esto está en la investigación de Kambiz Fattahi-, Carter instruyó a su secretario de Estado Cyrus Vance para enviar un comunicado a la embajadas en Francia e Irán, diciéndoles: “Hemos decidido que es deseable establecer ahora un canal directo de los Estados Unidos con el equipo de Jomeini”.
Ahora fue el propio consejero del embajador de los Estados Unidos en París quien visitó al Ayatola Jomeini en el lugar donde estaba “meditando”, en Neauphle-le-Chateau.
Warren Zimmermann llegó en el auto Peugeot de su jefe y se metió al habitáculo, donde sólo vio a un ser humano al final de una extraña mesa. Era el “mano derecha” del Ayatola: un médico llamado Ebrahim Yazdi, el cual estaba haciendo garabatos en un papel –en realidad estaba redactando la nueva Constitución que iba a tener Irán, basada en la democracia francesa y en la teocracia islámica: una República Islámica.
Yazdi ya tenía conexiones con los Estados Unidos, pues había vivido en Houston, Texas, y el enlace lo había hecho con un hombre de la CIA: Richard Cottam. Yazdi sonrió y dijo el 18 de enero: “Puedes decirles a los judíos de los Estados Unidos que no se preocupen sobre el futuro de los judíos en Irán”. ¿En verdad lo creía? Si. Eso es lo grave. Pocos meses más tarde el propio Yazdi acabaría renunciando y por poco encarcelado al oponerse al secuestro del personal de la Embajada Americana en Irán por parte de Jomeini –un secuestro que duró 444 días, conocido como “La Crisis de los Rehenes en Irán”.
Carter acabó haciendo lo que nunca quiso hacer: poner en el poder al ayatola Jomeini, un hombre “impredecible”. Jomeini regresó a Teherán entre vítores y aplausos, ovacionado por las multitudes. ¿Se sometió a los Estados Unidos? De ninguna manera. El primer día de su régimen entraron hordas a la Embajada de los Estados Unidos y a otras embajadas.
Y el agente de la CIA Howard Hart de pronto fue atacado por una horda. Le gritaron en árabe: “¡Espía! ¡Agente del imperialismo!” y procedieron a patearlo y atormentarlo. Acabó casi postrado ante un mulá y le dijo sollozando: “¡No hay nada en el Sagrado Corán que justifique lo que me acaban de hacer!” El Mulá, apenado, ordenó que lo liberararan. Poco después, ya en pleno régimen de Jomeini, el pobre Hart se dirigió a la oficina del SAVAK, y lo interceptaron guardias de Jomeini. Le gritaron: “¡CIA! ¡CIA!” y de nuevo empezaron a patearlo y golpearlo. Esta vez, desde el suelo, sacó la pistola y procedió a dispararles en las cabezas, al más puro estilo del “Joker”.
En sus memorias, Hart escribió: “Como país, los Estados Unidos no tenemos ni jodida idea de lo que es esto que viene”.
Así fue. Desde entonces se comformó la guerra que hoy continúa, pero fueron los mismos americanos los que le pavimentaron el camino al señor Ayatola Jomeini.
¿Cuál puede ser la razón para hacer algo tan “irracional”? Y… ¿acaso el declive del propio Shah Pahlavi fue provocado desde un principio por los Estados Unidos?
¿Habrán sido ellos mismos, los mismos “gringos” los que, al igual en que en el caso de Fulgencio Batista diez años antes, o de Porfirio Díaz en México setenta años atrás, comenzaron a minar su régimen para irlo expulsando porque simplemente les estorbaba?
¿Pero cómo podría decirse que el Shah Pahlavi les estorbaba a los “gringos”, si ellos mismos lo habían puesto en el poder y aparentemente les obedecía en todo, al grado de que Henry Precht, en la Embajada americana en Irán, dijo en 1973 que nombrar a Richard Helms, ex director de la CIA, como embajador en Irán, era hacer público que Pahlavi “es nuestro títere”?
La respuesta es muy simple: el Shah Pahlavi había “traicionado” a los Estados Unidos en 1973. Por eso decidieron quitarlo.
¿Qué es lo que Pahlavi hizo en 1973?
Algo realmente grave, que hundió económicamente a todo el mundo, y puso a los Estados Unidos en la “peor crisis de toda su historia” –en palabras de Carter-. Algo que acabó también con el imperio soviético y con la presidencia del mexicano José López Portillo. Y como siempre, fue algo que tuvo que ver con el petróleo.
Columnas para los próximos días:
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Leopoldo Mendívil López, autor de Secreto Azteca, Secreto Vaticano, Secreto Maximiliano, Secreto 1910, Secreto 1929, Secreto Biblia, Secreto Pemex
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